Con frecuencia al leer grandes obras literarias podemos encontrarnos con la grata sorpresa de que una obra de arte conocida es referenciada en un poema o en una obra narrativa. A veces, el motivo puede ser simplemente anecdótico, pero muchasotras veces, esta referencia intertextual da pie a un rico diálogo entre la obra literaria y la obra pictórica o un artista, enriqueciendo la obra misma con el sentido o los múltiples sentidos que pueden derivarse de estas obras.
Con el fin de rescatar estas experiencias he decidido ir agrupando fragmentos y citas en donde se establezca este diálogo entre arte y literatura, con el fin de reflexionar en torno a las diversas formas en que es posible interpretar una o varias obras de arte. Comenzaré con una interesante interpretación de "El dormitorio en Arlés" (1888) de Vincent Van Gogh que aparece en novela autobiográfica "la Invención de la soledad" (1982) de Paul Auster, aquí podemos observar cómo se establece un dialogismo sobre el concepto de soledad planteado en la obra del pintor holandés y su relación con el oficio del artista (sea este escritor, pintor, etc.) y su propia soledad auto-impuesta.
«Van Gogh a su hermano: “Esta vez se trata sólo de mi dormitorio… La visión del cuadro debe hacer descansar la mente o, más bien, la imaginación…
“Las paredes son violeta claro, el suelo de baldosas rojas.
”La madera de la cama y de las sillas es del color amarillo de la mantequilla fresca, la sábana y las almohadas de un verde limón muy claro.
“El cubrecama escarlata, la ventana verde.
“La mesa de tocador naranja, la jofaina azul.
“Las puertas lilas.
“Y eso es todo, en esta habitación con las persianas cerradas no hay nada…
”De este modo me vengo del descanso forzoso que me han obligado a tomar…
“Otro día te haré bocetos de las demás habitaciones.
Sin embargo, al examinar el cuadro con atención, A. no pudo evitar sentir que Van Gogh había creado algo muy distinto de lo que se proponía. Si bien la primera impresión de A. ante el cuadro había sido de “descanso” como pretendía su autor, poco a poco, mientras intentaba penetrar en la habitación del lienzo, comenzó a verla como una prisión, un espacio imposible, una imagen no ya de un lugar donde vivir, sino del espíritu forzado a residir en ella. Si se observa con atención se ve que la cama bloquea la puerta, las persianas están cerradas, no se puede entrar; y una vez adentro, es imposible salir. Cautivo entre los muebles y los objetos cotidianos de la habitación, uno comienza a oír un gemido de sufrimiento en el cuadro y una vez que se escucha por primera vez resulta imposible detenerlo. “Grité a causa de mi aflicción…”; pero no hay respuesta para este grito. El hombre del cuadro (éste es un autorretrato, sin ninguna diferencia respecto de un cuadro del rostro de un hombre, con ojos, nariz, labios y barbilla) ha estado demasiado tiempo solo, y ha luchado demasiado en las profundidades de su soledad. El mundo acaba ante esta puerta-barricada, pues la habitación no es una representación de la soledad, sino su misma sustancia. Y resulta tan opresivo, tan irrespirable, que no puede mostrarse en otros términos. “Y eso es todo, en esta habitación con las persianas cerradas no hay nada…
— La Invención de la Soledad, Paul Auster
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